Nos hallamos en Butania, población ficticia situada en un rincón desértico de la Patagonia, que vive del yacimiento de gas que se extrae de la enorme cisterna apodada “la burbuja”, en torno a la cual se erige dicha urbe. Nuestro protagonista, Bertold, acusado de un asesinato, es sometido a la pena máxima que imponen las leyes de Butania: la amputación de sus brazos y piernas. Despojado de sus miembros, Bertold debe buscar un nuevo empleo compatible con su nueva condición de minusválido: lo hallará al entablar contacto con el marionetista Froilán y su asistente Lorenzo. El primero lo contrata para su Teatro de Títeres Vivientes para que ejerza el papel de un ventrílocuo muerto…

Opinion desde el blog de tebeos elpais.comSi nuestra sociedad no es más que un grupo de individuos controlados por las hábiles manos de un invisible titiritero del que no somos conscientes… ¿Cómo es posible inducir el cambio?¿se puede llamar a la rebelión desde la manipulación absoluta de la realidad?

El planteamiento es atrevido y, si se me apura, angustioso. En una sociedad ultramediática donde nuestras vidas son dirigidas, ¿cómo rebelarnos? La pregunta se la hacen Diego Agrimbau y Gabriel Ippoliti en La burbuja de Bertold, y dan una respuesta que acude a la propia manipulación del manipulador, a una paradoja que se basa en el llamamiento a la cultura como vehículo de combate contra la uniformidad de pensamiento. Los autores plantean un oscuro mundo orwelliano donde el control de una gigantesca burbuja de gas establece leyes y normas que, en su afán de control del individuo, castigan su infracción con la amputación de todos los miembros. El individuo que intenta dejar de depender del soma gubernamental queda reducido a un tronco pensante y sentiente, pero incapaz de moverse, obligado a depender totalmente de otros para existir. Bertold, condenado a esa atroz represión, encuentra una liberación en el teatro, en sus actuaciones callejeras, que le llevarán a unirse al teatro mecánico de Froilán, donde los actores son verdaderos títeres humanos. Conectado a una máquina que funciona con el gas que le causó su desgracia, sus movimientos son programados por un frío ordenador, dejándole la única libertad de recitar su papel. Pero es suficiente. Hace uso de la máxima brechtiana y entiende que el teatro y la cultura son grandes altavoces revolucionarios para pedir la transformación del mundo, para romper los esquemas preconcebidos del oficialismo. La paradoja no puede ser más evidente: el propio sistema que le condenó a la inmovilidad es el que le proporciona los medios para poder detonarlo desde dentro.

No se puede negar la ambición de los autores, La burbuja de Bertold en una compleja historia llena de referencias donde la ciencia-ficción se convierte en un contundente vehículo de denuncia social. Algunos podrán encontrar conexiones con la famosa saga cinematográfica de los Wachosky, pero la diferencia es simplemente abismal. Agrimbau ha construido una historia donde las referencias filosóficas y literarias son evidentes, desde Platón a las propias obras de Brecht (el hecho de que todos los protagonistas de las obras sean delincuentes dirige claramente a La ópera de tres peniques), pero dejando al lector la obligación de elegir y decidir. Y no se lo pone fácil: ¿dónde está el límite de lo bueno y lo malo? ¿Puede un asesino ser el líder de la revolución? Es evidente que Agrimbau quiere poner al lector ante dilemas que le obliguen a reflexionar profundamente sobre lo leído y, sobre todo, a cuestionar dogmas previos. Es posible que sea precisamente esa avidez la que provoque los mayores reparos que se pueden poner a este álbum: en su ansiedad por retar al lector, Agrimbau apenas esboza la sociedad opresiva contra la que Bertold se rebela, a lo que hay que añadir que la introducción de una historia de amor acelera excesivamente el resto de los planteamientos, hasta el punto de desdibujarlos en algunos momentos. Unos problemas que pueden ser derivados (o acentuados) por las restricciones propias del formato de álbum francés, que limita excesivamente la paginación cuando la historia pide a gritos muchas más páginas para ser desarrollada. A destacar, en cualquier caso, la excelente labor de Gabriel Ippoliti, espléndido en todo momento en la recreación de una atmósfera opresiva y agobiante, pero también brillante en la necesaria gestualidad de los personajes.
En cualquier caso, los problemas técnicos deberían dejarse en segundo plano: el simple hecho de que en esta sociedad de la inmediatez y lo superficial, unos autores apuesten por una obra que obliga a ese acto tan olvidado de pensar, es todo un oasis utópico a respetar y distinguir.
Un álbum a leer y debatir que hace esperar con muchas ganas la segunda entrega de Último Sur, la colección genérica de álbumes unitarios de estos autores donde está englobada.

FICHA TÉCNICA

La burbuja de Bertold, de Agrimbau e Ippoliti. Norma Editorial. Cartoné. 48 pa´gs. Color. PVP: 13€